lunes, 8 de marzo de 2021

"El Fregao" A propósito del 8 de Marzo

           



            “Obras son amores y no buenas razones”. La acción como acto de amor, el camino andado y no el mapa (garabateado en una servilleta y robado por el viento en cualquier terraza).

El otro día me asomé a la cocina y desde el quicio de la puerta, se sentía la fuerza del caos llamando al caos, pero esta vez no me asusté. Decidí entrar con curiosidad detectivesca, sin tocar las pruebas, sin ir recogiendo de suelo a techo a cada paso que me adentraba en el agujero negro. Vacié de expectativas y reproches mi mirada y observé la cualidad expansiva de cuatro platos, tres cubiertos, un par de sartenes y miguitas de pan y cercos dorados, ocres y bermellón que cubrían hornilla y encimera por completo, como si fuese la escena de un crimen sangriento. Intenté cotejar esta estampa con otras similares de días anteriores, recordando charlas y amenas discusiones sobre el bienestar espiritual y el recogimiento del hogar, los cuidados… Y entonces, lo vi claro, el estado del fregao era una foto perfecta del estado mental de mi marido, era una performance viva de cómo se sentía; la diseminación de miguitas, gotitas, charcos y cercos varios, hablaban de su capacidad para focalizar la atención y su pensamiento. “Hoy es un mal día para hablar sobre nuestros planes”, pensé.

Pero claro, si no hablo, pienso, y con mi recién despertada curiosidad, ávida de entendimiento y nuevas verdades, mientras seguía paseando mi mirada por la encimera y limitándome a llenar el vaso de agua por el que fui a la cocina, pensé: la acción, fregar, es importante pero, ¿por qué no es suficiente? Y de repente, sin más, lo vi claro, faltaban los cuidados.

Para mi, fregar, consta, al menos, de tres fases: uno, preparar el menaje y la cocina para el fregao, de la forma más higiénica y ordenada posible; dos, fregar propiamente dicho; tres, “hacer de la cocina un lugar mejor”, frase que repito hasta el hastío en esas discusiones amenas sobre los cuidados de la casa, acciones a las que mi hermana llama “lo que no se ve”.

Y sí, los cuidados son clave, y muchas veces no se ven. Esta clave resonó y resonó en mi de pies a cabeza hasta que, como en un sueño, vi la figura de una poderosa mujer entre los árboles, mirándome directamente a los ojos, susurrándome con amor: “Me cuido y me amo, respeto mi cuerpo y mis tiempos. Te cuido y te amo, cari, ¿nos cuidamos?”. A mis ojos acudieron lágrimas redentoras y sentí en el agua que refrescaba ahora mi garganta, la caricia de una verdad que no tenía nada que ver con el fregao, ni con la cualidad expansiva de los cacharros en la cocina, una verdad sobre el valor de los cuidados, el amor que se pone en la acción es mucho más que la acción por sí misma.

               

viernes, 13 de noviembre de 2020

Nutrición y Consciencia

                                                  
                                     I

“Nada es conocido sin antes ser deseado”. Para Miguel de Unamuno, el hombre no es un animal racional sino un ser anhelante, un animal angustiado. 
      El origen del conocimiento está precisamente en el hambre, en la necesidad de alimentarse. Etimológicamente, educar viene de educare o educo-are, que significa criar o alimentar. 
     Este ser anhelante necesita consumir y nutrirse. Lo que nos diferencia como animales es que tenemos la opción de elegir y alimentarnos de forma consciente. El deseo inconsciente se sacia de forma voluntaria, emocional, social y cultural; nuestra necesidad no es concreta y definida, sino personal y vivencial, completamente libre y viva. 
     Como parte del mundo natural, estamos influidos por los fenómenos de la naturaleza y los astros, ya que tenemos un origen común. Estamos compuestos de las mismas partículas (con densidad variable) que el resto de especies y minerales que conforman nuestro paisaje cotidiano
     ¿En qué momento pasamos a pensar que el mundo era un gran hipermercado a nuestro servicio? ¿por qué nuestros avances pasaron por el sometimiento de la tierra y el resto de especies? ¿Qué gran promesa nos llevó a desvestirnos de nuestra naturaleza cíclica y forzar a nuestro entorno a acompañarnos hacia nuevos ciclos caprichosos y eficientes? 
     Cuando cogimos el bastón de mando, ¿nos planteamos las consecuencias de nuestro autoritarismo?, ¿qué líder puede ser grande destruyendo su imperio, renegando de los seres que lo hacen poderoso? ¿En algún momento nos planteamos trabajar en equipo, cocrear, crecer como organismo vivo en simbiosis y cuidado mutuo? 
     Actualmente está demostrado como a nivel empresarial el respeto, la predisposición, la empatía o el aprendizaje mutuo son actitudes que mejoran el ambiente de trabajo y por tanto, el rendimiento, la famosa y deseada productividad
     Resulta osado pero, ¿es posible plantearnos un crecimiento respetuoso, amable, fomentando los dones naturales para maximizar el potencial individual y el espíritu de equipo, el espíritu de todos los seres que formamos este mágico planeta azul? 

                                     II

     No me niego, pongámonos de nuevo en el centro (yo también tengo mi ego): ¿no es nuestra salud lo más importante? El organismo funciona, de forma natural, buscando el equilibrio y la salud del cuerpo. Sin embargo, una de las causas más temibles, y casi obviada, de la pérdida de la salud, es el intento de control de los mecanismos naturales de sanación del propio cuerpo. 
     La desvinculación de las sensaciones que nuestro cuerpo nos ofrece, así como la lucha contra la enfermedad desde fuera, debilita nuestras defensas naturales en lugar de reforzar nuestro sistema inmunitario, nos hacen vivir estos procesos como ajenos, incluso como “castigos”. 
     La vida es construcción, destrucción y reconstrucción. Entre muchas causas de la destrucción están las enfermedades. El problema no está en la enfermedad o los trastornos, sino en la reconstrucción debilitada por la forma en que vivenciamos la enfermedad. Nuestra relación con nuestra propia naturaleza puede estancar la enorme fuerza de nuestro organismo, la fuerza sanadora inherente a la vida.
     La dominación del mundo natural va más allá del control de la producción de la tierra, hemos decidido controlar la naturaleza de nuestro propio cuerpo, despreciando los mecanismos de autorregulación del mismo en pro de la mente y nuestra capacidad de rediseñarnos a la medida de…, ¿qué buscamos tan desesperadamente fuera? 
      El mismo modelo de superproducción que estrangula los recursos lo aplicamos a nuestro cuerpo. Nos disponemos constantemente a producir, descuidando los cuidados, sustituyéndolos por pastillas y actividades; ocupándonos de nosotros desde la acción (dictados de la mente). La parada no se contempla
     Nuestro cerebro, el gran señor feudal, tiene el mismo origen embriológico que el intestino grueso, son las primeras estructuras en formarse. La interrelación a nivel nervioso es enorme. Recientemente, se descubrió el papel fundamental del intestino en la secrección de neurotransmisores como la dopamina (mediadora del placer) y la serotonina (relacionada con el vínculo y los afectos). La relación entre nuestro sistema digestivo y nuestro mundo psíquico es actualmente indiscutible. 
     Quizás podríamos poner nuestro cerebro al servicio del cuerpo, educar nuestra hambre con consciencia: cambiar hábitos de consumo, dando tiempo a la naturaleza a regenerarse y crecer generosamente y en equilibrio; practicar una agricultura responsable y la cría de animales en condiciones de dignidad y bienestar. 
    Hablo de honrar mi naturaleza animal y agradecer la vida que existe dentro y fuera de mi, integrarme afectivamente con mi entorno, para volver a florecer sonriendo al sol.

viernes, 23 de octubre de 2020

agua, amor y vida

  

 
Desde pequeña hay palabras que de tanto escucharlas, verlas, y sentirlas, me las creí y reproduje la cualidad de esa palabras, respondiendo a la expectativa, al tatuaje que se creó en mi piel y en mi pecho, respiraba y era aquello que creía. Yo siempre fui TORPE, poco ágil o elegante, torpona, lenta y sin gracia, rojo, NM: necesita mejorar y suficiente (por pena) en gimnasia, chica sentada, la mejor portera de fútbol a falta de una actividad menos demandante (además de rellenar la portería mejor que muchos de mis compañeros y compañeras). Mi relación con el suelo, mi equilibrio y mi propio movimiento siempre ha estado basada en la desconfianza, muchas veces en el miedo, en ocasiones recuerdo el temblor atravesando todo mi cuerpo. 
     Un día mis padres tuvieron la genial idea de apuntarme a natación, en una piscina donde lanzaban a los niños que tenían miedo al agua, y sin embargo a mí no me empujaron siquiera, por razones de peso. Eso me regaló tiempo y espacio para relacionarme con el agua. Pensar en mis primeras veces en el agua aún me emociona, ¡cuánta libertad! 
     Juanjo Vergara escribió una vez que “sólo se aprende lo que emociona”. Antes de escuchar por primera vez en mi vida esta frase, en mi crecimiento había acumulado tantos miedos que la mayoría de mis avances (incluso los más insignificantes) venían de hacerle frente a un pequeño monstruo o al más hondo de los terrores. En este camino entendí que las verdades son más verdades cuando las repites, las afianzas; la huella coge profundidad y cobra peso. Recrearte en la experiencia que te da vida (aunque en un pasado no tan lejano, ni te sentías capaz), te da poder. Por todo esto dediqué todo un verano a pasar ocho horas al día (toda una jornada laboral) en remojo. En el agua era/SOY ágil, ligera, libre y PODEROSA. 
     “Cuando amamos nuestros propios cuerpos, ellos responden. Cuando enviamos nuestro amor (nos sentimos unidos) a la Tierra, ella responde. Nuestro propio cuerpo está compuesto en un 70 por ciento de agua. Y la superficie de la tierra es también un 70 por ciento de agua. El agua es vida, está realmente viva y responde a nuestros pensamientos y emociones. Quizá, habiendo visto esto, podamos comenzar a entender realmente el imponente poder que poseemos al elegir nuestros pensamientos e intenciones, para sanarnos a nosotros mismos, así como a nuestro medio ambiente. Pero esto solo será posible si creemos.” Masaru Emoto. 
     Estudiar la naturaleza y la biodinámica del agua siempre me ha parecido fascinante, siendo un líquido tan ligero y aparentemente uniforme, es un elemento polar y sometido a diferentes tensiones según la zona del líquido estudiado, genialmente adecuado para acoger y cuidar la vida. Las fuerzas cohesivas entre las moléculas dentro de un líquido, están compartidas con todos los átomos vecinos. Las de la superficie, no tienen átomos por encima y presentan fuerzas atractivas más fuertes sobre sus vecinas próximas de la superficie. Esta mejora de las fuerzas de atracción intermoleculares en la superficie, se llama tensión superficial. En las olas podemos ver como en la cresta, cuando rompe contra un obstáculo, las partículas no se separan arbitrariamente sino que tienden una hermosa red y dibujan un refugio efímero en el aire antes de volver al mar.
     El abrazo sútil del mar, la gran acogida del agua de todo, sin que pese, su enorme capacidad de diluir y limpiar. El agua no juzga, acoge por igual tus lágrimas de amor y las de odio o sufrimiento, tu alegría y tu congoja. 
     La mayoría de las terapias( físicas, psíquicas o cognitivas) proponen un trabajo que deshace, desenreda o ablanda pensamientos, actitudes o patrones cerrados, densos y poco flexibles, es decir, nos hacen más fluidos. La terapia nos aligera y permite acercarnos a esa cualidad del agua de receptividad y apertura aún cuando la superficie, como en el agua, será menos permeable, pero a la vez nos dará nuestra fuerza y capacidad de dibujar en el aire nuestro espacio seguro de encuentro. Todo lo que toca o mueve la piel, todo lo que entra en nuestro espacio personal, mueve el conjunto de nuestras aguas. Be water my friend! y disfruta de tu fuerza y permeabilidad, elegantemente conectado a la vida, en armonía.

martes, 20 de octubre de 2020

mareas

    “La pulsación inherente de la vida desciende hasta el nivel celular. El cuerpo es un campo unificado. La pulsación se expresa de manera general a través de todos los fluidos del cuerpo", a lo que el doctor Sutherland llamó marea.
    En las noches de verano solía escaparme a contemplar el mar, desde lejos, sentada, sin distinguir la línea entre el cielo y las olas, hasta ser capaz no sólo de observar el baile sino formar parte de él ; sentir cómo es la misma fuerza la que sostiene el vaivén del mar y mi propia marea. Acompasar y mecer nuestras aguas presas del influjo de la luna y la acogida de la tierra. Ser. 
    En el cuerpo el ritmo o velocidad es el principal rasgo que diferencia unas capas de mareas de otras. Un primer nivel superficial relacionado con los tejidos corporales; la marea media correspondiente a la expresión de la potencia que organiza nuestra salud, y la marea larga, que es nuestra conexión con el Aliento de Vida mismo. Igualmente en el ser humano también dividimos en tres los niveles de conciencia , quien sabe si influido por su relación con nuestras mareas… 
    Siempre he admirado y amado la fiereza e imprevisibilidad del mar, la capacidad de construir y destruir con total impunidad, sin pausa, el ritmo que no se detiene, el pulso de la vida. En esos días en que el mar está “revuelto”, me acerco atrayendo hacia mí la calma, dispuesta a jugar pero con un respeto infinito y en silencio, con la atención bien despierta y a la escucha. Entro de frente y nunca le doy la espalda, luchando con su furia o dejándome atravesar y arrasar por ella, honrando su poder, agradeciéndolo. En el encuentro, siento mi poder y expreso mi fuerza vívamente. 
    Y la calma, el silencio activo y vivo, de las aguas en espejo. La simple contemplación, expande nuestra respiración y hace más porosa nuestra piel, nos vuelve más agua. Como en el mar, a veces bajo nuestra quietud pueden latir remolinos, hay partes de nosotros que sólo expresan una resaca infinita, que no consiguen alcanzar la orilla. Y nuestra fuerza (nuestro potencial de salud) se ve limitada, o sin foco, y está bien, es un estado; más al fondo, sigue el pulso constante, tranquilo y anclado a la vida, la marea larga. 
    El modo que tiene el Aliento de Vida de transmitirse a cada organismo vivo es nuestra marea madre o marea larga. Es transpersonal, está más allá del individuo. Nos mantiene conectados a la fuente. Podemos no entenderlo racionalmente pero tenemos la oportunidad de mirar al horizonte en la playa e integrarlo sin necesidad de palabras, sentir el silencio tras el rugir de las olas, la quietud infinita que se advierte dentro del incesante vaivén. Esa monotonía y presencia imponente, intensamente viva y reconfortante.

lunes, 19 de octubre de 2020

ABUNDANCIA

La abundancia y el merecimiento han sido conceptos muy complejos y ajenos para mi ya que uno de los valores que considero más elevado es la humildad y mi mente asociaba humildad con escasez y resignación (de las que se acompañan con una sonrisa, sin envidia). Al ver escrito “abundancia” junto o sobre un bello mandala o un árbol de la vida, lejos de resonar con su belleza, algo en mí chirriaba. Podía vislumbrar el poder de la palabra pero a mi mente acudían como un reflejo imágenes despiadadas de egoísmo, codicia y materialismo infame. Me resulta refrescante y atrevido pensar ahora que la abundancia proviene del cuidado y la generosidad. En palabras del autor Antoine de de Saint Exupéry “el amor es lo único que crece cuando se reparte”. A más quieres o de más amor te rodeas, mayor es tu capacidad de amar y de poner amor en tu vida, en tus palabras y actitudes, en esos momentos que sientes vibrante la felicidad y muy especialmente en los que no, en los momentos inestables o incómodos. El amor puede cambiar cualquier paradigma y crear puentes entre ruinas. En esos momentos mágicos de felicidad en los que podríamos estornudar confetti, parece que ocupas tu cuerpo por completo, incluso más allá de la piel. Los sentidos parecen amplificados y, como en el horizonte se difumina la línea entre el cielo y el mar, tu piel se funde en el aire y tu vibración dorada se confunde con la calidez del sol. Vuelvo a la tierra, punto cero, tumbada en el suelo tomando consciencia de cómo yace mi cuerpo, observando sensiblemente cómo es mi huella acostada: ¿Qué sensación tengo de eje? ¿Cual es la sensación de volumen en mis extremidades, en mi pecho y mi vientre? ¿Tienen la misma presencia mi lado derecho e izquierdo?, ¿reposan de forma similar? ¿Siento alguna molestia?, ¿alguna parte de mi cuerpo se resiste a dejarse caer? La primera vez que pones atención a sentir el contacto, es casi abrumador la cantidad de información que ignoramos de nuestro cuerpo y lo contradictoria que parece con nuestra autoimagen y nuestra percepción de nosotros en movimiento. Es muy común querer acoplar esa imagen a nuestro ideal: un eje bien alineado, con simetría y apoyos amplios y ese “hacer” para “normalizar” aumenta aún más la tensión existente lejos de equilibrarla. Todas esas particularidades asimétricas y torcidas son expresión de una verdad física en un momento determinado, como una foto. La acción que nace del juicio no ayuda a restablecer el equilibrio sino que aumenta la incomodidad. Cuando la acción parte de la conciencia y el respeto a lo que hay, a lo que soy, el cuerpo muestra caminos nuevos para expandirnos, podemos estirarnos o encogernos, torsionar nuestro cuerpo o alinearlo con la imaginación pero sin querer atrapar o imitar una imagen sino anclados a la sensación gozosa del movimiento auténtico y personal, mi forma de expresarme hoy. Ahí viene la felicidad sin buscarla, y si vuelves a testar tu huella acostada, aflora la abundancia. La abundancia del ser confiado, ocupando todo el espacio, empujando la piel para ser más plenamente, para enriquecer tu aliento con la atmósfera que te oxigena generosamente. Encarnas la felicidad, tu cuerpo se rinde al suelo sin nada que aguantar ni esfuerzos superfluos y se expande, puedes respirarte plenamente e incluso respirar toda la casa y más allá de las ventanas (el límite lo pone la mente). Describo esta experiencia para ilustrar cómo una actitud confiada, centrada en el ser y mi realidad sentida en cada momento, me brinda apertura a la relación y comunicación auténtica. No es una vivencia sublime ni de éxtasis, todos podemos rescatar momentos de vida donde el brillo de nuestros ojos nos envolvía de ese amor y otros, incluso esos otros anónimos, han sentido la ola de nuestra presencia vibrante; esos días que te ha emocionado el azul del cielo y has sentido cómo la brisa te acaricia y susurra tu nombre...Vibrando en amor, soy más consciente de lo grandioso, de cómo la vida se expresa suculenta y sin remilgos, con fuerza, con seguridad. Conocer y ofrecer generosamente tus dones, irradiar tu luz es un acto de amor. Sentir que mereces ser feliz, vivir desde la abundancia hace crecer la vibración de amor del mundo. La felicidad acerca y es inclusiva, te hace sentir en comunión con la vida que te rodea, sientes encajar tu melodía viva en la sinfonía de las estrellas

la tierra y yo

La tierra y yo es la historia de un triángulo perverso entre la gravedad, el suelo (no tan firme) y mi peso: mi compleja realidad de huesos, miedos, impulsos y piel, sentidos y recreados conscientemente. No intento dramatizar, hablo de perversión porque la creencia (certeza en ocasiones) de que iba a caer, me tiraba al suelo o me atraía con violencia; hasta el punto de haber crecido empujando hacia abajo, aplanando por completo la huella de mis pies, juntando mis rodillas hacia adentro en un acto de total rendición. Es la fuerza de la gravedad de 29,4 (mínimo) tirando de mi mientras decidía si bajar la pendiente de culo, a cuatro patas o sobre mis pies, que en su desesperación por no caer, se encogían tanto que no rozaban a penas el suelo y ante la falta de comunicación entre la tierra y mis pies, el cuerpo vacilaba, temblaba o caía según el día y la dirección del viento de mi confianza. Con el paso de los años, a pesar de todo, creció mi amor por la tierra y bajo el lema “si tienes miedo, pues, hazlo con miedo” he podido respirar y sentirme parte de paisajes inmensos. Mi carrera profesional me hizo entender que la capacidad de sostener del cuerpo no la da el esqueleto (conjunto de huesos que ni siquiera se tocan entre sí) sino el tejido conjuntivo, la fascia. Su capacidad de recibir información endo y exógena, de sentir el entorno, mejora la alineación de esos huesos y generan una respuesta donde la tensión y la flexibilidad cocrean en equilibrio dinámico ¡Oh dulces pies, antenas de la tierra! El sostén y la alineación vertical sin esfuerzo, respuesta antigravitatoria en perfecta sintonía ya que es la reacción exacta en dirección contraria, viene dada por la confianza y la escucha. Bendita tierra. Cuando entrego mi peso y me enraízo en la tierra, mis pies sienten cómo la vida crece, por decreto, hacia el sol. El esqueleto no hace nada, tan sólo reconoce la verdad de los estratos minerales bajo sus pies y recuerda la solidez de los metales que atraviesan sus huesos, la tierra que me habita. Hace poco tuve la preciosa experiencia de andar descalza en meditativo silencio. Pude reconocer la defensa y el cierre de mi cuerpo ante la tierra que yo sentía que me dañaba y no daba sustento a mis pies y entonces, me invadió una profunda compasión. Me dejé acompañar por mi envaramiento en un abrazo tierno y con sonrisa cómplice, recogiendo todas las sensaciones para luego, al repetir horas mas tarde la experiencia, decidir tender mi pie abierto, confiado y amable a la tierra, decisión renovada en cada paso que mi cuerpo rehuía. La estabilidad de la Tierra sanó mis pies y revitalizó la fuerza que siempre ha habitado en mis piernas. Yo, Alicia, soy tierra y confío en mi fuerza para sostener. Confío en mi capacidad de recibir y dar alimento, acogiendo en mi la fuerza de la vida. Yo, Alicia, siento y reconozco mi belleza y me comprometo a afirmarla, cuidarla y ofrecerla como regalo y muestra del poder de la vida y la naturaleza.

mi biblioteca

De pequeña, ir a la biblioteca constituía una excursión en familia. A mi biblioteca no podías entrar desde la calle directamente sino que tenías que subir una gran escalinata primero para inmediatamente después serpentear por una segunda escalera de reluciente mármol blanco hasta la imponente puerta de madera (o al menos a mí con seis años me lo parecía, casi la entrada de una catedral). La biblioteca de mi pueblo estaba en uno de los edificios más bonitos del mismo, tenía incluso techos abovedados llenos de pinturas y frases misteriosas escritas en latín, la lengua secreta de los sitios de culto. Curiosamente, justo debajo de la gran sala, había un cuarto pequeño, un pequeño búnker al que llegabas tras un recibidor que parecía no dar a ninguna parte. En apariencia, tan sólo un espacio abierto a la luz y la belleza de las solemnes paredes y columnas y sin embargo, al fondo, estaba ese cuartito escondido donde pasaría algunos de mis mejores años aprendiendo solfeo. Las aulas de música cambiaban constantemente de edificio, horarios y profesores. Sin embargo, permanecíamos el grupo de jóvenes fieles, con ojos brillantes, disfrutando mientras aprendiamos ese lenguaje que se escribía en cinco líneas lleno de signos y sonidos. Con los años, la biblioteca también cambió de lugar, y la gran sala se convirtió en auditorio para conciertos y otros eventos culturales. Justo aquí, di mis primeros conciertos con el violonchelo que me regaló mi pueblo mi primer día en la escuela de música, por aquel entonces, situada en el edificio de la Hacienda. Caprichosamente, hoy por hoy, es allí donde vive la biblioteca de mi pueblo. Hay algo que no ha cambiado nunca desde que por primera vez traspasé la imponente puerta de madera de la mano de mi madre, la guardiana de las letras, Encarna, siempre Encarna, atemporal, como un buen libro. Con su sonrisa afable que a la vez infundía respeto, solícita y a la escucha, ha hecho de nuestra biblioteca la colección de los sueños de las lectoras y los lectores de mi pueblo. Gran amiga de mi familia, para mí, siempre tuvo y tendrá ese halo de misterio y olor a pergamino (aunque creo que esto último es un retal inventado por mi imaginación infantil). La biblioteca era ese sitio mágico que encerraba todo el conocimiento ordenado, patrimonio de la humanidad hecho palabras, miscelánea de colecciones, compras y donaciones, vivas, siempre cambiantes con el tiempo. Hojas que guardaban fichas llenas de nombres y fechas, memorias de manos, tickets de compra y billetes de tren; el olor de otros viajeros que se sentaron o tumbaron a perderse en las historias. Era el silencio y los susurros, el respeto y el encuentro sin palabras, esa particular atmósfera de lo sagrado. Hoy por hoy no hay ciudad que visite que no busqué su biblioteca para saber a qué huele y cómo es el paseo entre sus libros, cómo suenan los pasos entre sus estantes. En mi pequeña utopía, una semana perfecta incluye una mañana en la biblioteca sin relojes y sin búsquedas, un paseo donde me salen al encuentro palabras que sin estar subrayadas ni en negrita reclaman mi mirada. Ese encuentro casual que me conecta con tantas historias: las escritas y las impregnadas por las huellas de otras manos y otros ojos capaces de dibujar mil mundos diferentes a partir de las mismas palabras.