De brisa de mar y blanca arena traigo la boca árida y jadeante, de sed y deseo repleta…
Esta historia bien merece empezar por “había una vez…” pero no es un cuento de hadas, es más bien el relato de vidas cruzadas, instantes compartidos, silencios infinitos y conversaciones colgadas en el viento. Y risas, muchas risas (de felicidad, de nervios, de embriaguez, de locura...)
El viaje comienza antes de echar a rodar por el asfalto, empieza con una coincidencia, con una voz al teléfono, buenas vibraciones en el encuentro y una convivencia fortuita, con sus encuentros y desencuentros y el brote de una amistad movida a crecer al ritmo de la música y bailes cómplices. Tras el prólogo, las siguientes líneas necesitaban caer en papel y la vuelta de Isis a Sevilla cargó de tinta la pluma.
Sábado 14 de Agosto, de buena mañana, como estaba previsto, camino a Matalascañas (primer cambio de planes, sólo será por un día y no voy sola, me acompaña Isis). Premio: buen día de playa, paseo tranquilo, una puesta de sol clara con brillo de espejo en el mar y reflejada en los charcos, y barbacoa en el césped con amigos, familia y desconocidos. E Isis, integrada ya en mi familia. Una breve mañana de domingo, un buen repostaje para el estómago una vez más en el almuerzo y rumbo de nuevo a Sevilla, estación de paso obligada en este mes de Agosto.
La noche comienza a hurtadillas en la azotea de mi piso con una botella de tinto, muchos brindis por hacer y mucho vino para bañar por dentro, el cuerpo que sería conquistado por entero por el mar, unos días más tarde.
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