jueves, 4 de septiembre de 2014

La vela congelada

"La luz nunca se rinde". No sé cómo me habría sentido si hubiera crecido escuchando esas palabras. Creo que uno debe sentirse fuerte, empujado a ser valiente. Entre la familia de los enseres de cocina había una pequeña vela pegada al culo del vaso, hermana de otra vela mucho más esbelta y altiva, arrogantemente erguida sobre la cantidad mínima de cera fundida. Las noches de tormenta todos sabían su lugar: el cazo se doraba con el agua hirviendo esperando los polvos mágicos que prepararían la cena a cuchara, la vieja tetera llena de caramelos presidiendo la mesa y las velas dispuestas en el aparador más bajo, preparadas para salir y escuchar las historias de miedo que contarían sentados alrededor de la lumbre. Aquella noche de tormenta, todos cumplían escrupulosamente el guión cuando la pequeña vela parecía buscar la menor brisa para disolver su luz en el aire, apagándola casi por completo en más de una ocasión. No dejaba de repetirse como un salmo "la luz nunca se rinde" y la voz del padre acariciando su corona de luz no conseguía avivar su llama, más bien se podría decir que la envolvía en un reflejo azul cristalino, helado. Su hermana señoritinga alargaba sus brazos de fuego para acabar con su juego. Tanto se esforzó en su empeño que fue más allá de su propia llama y cayó sobre el mantel. Ardía la mesa donde quedó tan solo una gran pelota de plástico dulce y pegajosa con olor a anis. La familia ni pestañeó, tan solo acertó a levantar las manos a tiempo y clavar su mirada en la pequeña vela que en el centro de la mesa seguía ardiendo, ahora más calmada bajo su precioso iglú translúcido. Las palabras de papá se convirtieron en los cristales de hielo que rodearon y protegieron a la vela. Estupefacto ante el espectáculo, con una naturalidad fingida mi padre comenzó a contarnos cómo aquella vieja vela, la misma que había alumbrado ya varias generaciones de tormentas, creció escuchando hablar del sol cada día y su infinita luz invencible que solo se rinde al paso de la oscuridad disgregándose en colores infinitos.