lunes, 19 de octubre de 2020

la tierra y yo

La tierra y yo es la historia de un triángulo perverso entre la gravedad, el suelo (no tan firme) y mi peso: mi compleja realidad de huesos, miedos, impulsos y piel, sentidos y recreados conscientemente. No intento dramatizar, hablo de perversión porque la creencia (certeza en ocasiones) de que iba a caer, me tiraba al suelo o me atraía con violencia; hasta el punto de haber crecido empujando hacia abajo, aplanando por completo la huella de mis pies, juntando mis rodillas hacia adentro en un acto de total rendición. Es la fuerza de la gravedad de 29,4 (mínimo) tirando de mi mientras decidía si bajar la pendiente de culo, a cuatro patas o sobre mis pies, que en su desesperación por no caer, se encogían tanto que no rozaban a penas el suelo y ante la falta de comunicación entre la tierra y mis pies, el cuerpo vacilaba, temblaba o caía según el día y la dirección del viento de mi confianza. Con el paso de los años, a pesar de todo, creció mi amor por la tierra y bajo el lema “si tienes miedo, pues, hazlo con miedo” he podido respirar y sentirme parte de paisajes inmensos. Mi carrera profesional me hizo entender que la capacidad de sostener del cuerpo no la da el esqueleto (conjunto de huesos que ni siquiera se tocan entre sí) sino el tejido conjuntivo, la fascia. Su capacidad de recibir información endo y exógena, de sentir el entorno, mejora la alineación de esos huesos y generan una respuesta donde la tensión y la flexibilidad cocrean en equilibrio dinámico ¡Oh dulces pies, antenas de la tierra! El sostén y la alineación vertical sin esfuerzo, respuesta antigravitatoria en perfecta sintonía ya que es la reacción exacta en dirección contraria, viene dada por la confianza y la escucha. Bendita tierra. Cuando entrego mi peso y me enraízo en la tierra, mis pies sienten cómo la vida crece, por decreto, hacia el sol. El esqueleto no hace nada, tan sólo reconoce la verdad de los estratos minerales bajo sus pies y recuerda la solidez de los metales que atraviesan sus huesos, la tierra que me habita. Hace poco tuve la preciosa experiencia de andar descalza en meditativo silencio. Pude reconocer la defensa y el cierre de mi cuerpo ante la tierra que yo sentía que me dañaba y no daba sustento a mis pies y entonces, me invadió una profunda compasión. Me dejé acompañar por mi envaramiento en un abrazo tierno y con sonrisa cómplice, recogiendo todas las sensaciones para luego, al repetir horas mas tarde la experiencia, decidir tender mi pie abierto, confiado y amable a la tierra, decisión renovada en cada paso que mi cuerpo rehuía. La estabilidad de la Tierra sanó mis pies y revitalizó la fuerza que siempre ha habitado en mis piernas. Yo, Alicia, soy tierra y confío en mi fuerza para sostener. Confío en mi capacidad de recibir y dar alimento, acogiendo en mi la fuerza de la vida. Yo, Alicia, siento y reconozco mi belleza y me comprometo a afirmarla, cuidarla y ofrecerla como regalo y muestra del poder de la vida y la naturaleza.

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